jueves, 23 de abril de 2009

COMO HUELLAS EN EL ALMA

Como aquellas muñecas de trapo que de niños aprendimos a tejer y rellenábamos de arena para darle forma, volumen...vida. Representación física del alma intangible que nos ocupa y nos llena.

Durante nuestra existencia, pasan por nuestra vida miles de personas que, como si por la arena de una playa transitada se tratase, van dejando sus huellas.

Si la arena es muy dura, es posible que apenas nos demos cuenta de su paso. Pero existen muchos momentos de fragilidad receptiva en los que los invasores dejan impresa su huella.

Huellas profundas, huellas ligeras, huellas grandes o pequeñas, que quedarán hundidas para siempre (o quizás no).

Buenas unas, malas y molestas otras. Aquellas que al mirarlas, nos sacan una sonrisa o nos conducen a un deseo irrefrenable de que sean borradas por una ola que avanzó más de la cuenta para proporcionarnos alivio.

A estas alturas de mi vida, que sin ser adolescente tampoco soy anciana, soy capaz de discernir la profundidad de las marcas que han dejado unos y otros.

Las que ya no están, pertenecieron a los que quedaron en el olvido. Las medio borradas, a aquéllos que van perdiendo mi interés y esperan la ola que las borre irremediablemente.
Pero las profundas...ésas, son las de las personas que, como si de un jardín Zen se tratara, imprimieron su marca indeleble, entre piedras y grava (tropiezos de mi carácter difícil), para poder ser contempladas y meditadas, en perfecta conjunción con la naturaleza, y recordarme que seguirán ahí, hasta el fin de mis días, obligándome a mi misma a impedir el paso del rastrillo que las desfigure y elimine. Son las huellas que quedarán para siempre en mi arena...las personas que ocuparán un espacio de mi alma.

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