domingo, 29 de marzo de 2009

ALLEGRO MODERATTO


Yo la vida la veo como la música: una gran partitura que hay que interpretar. Unas veces en Andante Tranquilo, viéndola pasar con elegante parsimonia; pero otras, se nos complica y hay que tocarla Presto con furia.

Como si de un pentagrama se tratara, iremos interpretando nota por nota, figura por figura, con el ritmo que se nos va marcando; el que nuestro entorno, como un gran metrónomo implacable, nos va señalando: tic-tac, tic-tac, tic-tac...

Vivimos un primer tiempo, sumidos en la ignorancia de la inocencia, en la que todo va muy rápido; continuo aprendizaje de la vida. Nos expresamos y actuamos con viveza y agilidad, convencidos de lo adecuado de nuestros actos y comentarios.

En un segundo tiempo todo se convierte en Andante Tranquilo, puesto que con la voz de la experiencia en nuestro interior y con la calma que nos infunde, vemos la vida transcurrir día a día. Nos permitimos el lujo de sentir alegría y de disfrutarla, pero en un Allegro ma non troppo, en el que no hay lugar para los desmadres, puesto que presumimos de una madurez, cierta o no, que va acorde con nuestra edad. Pequeñas alegrías graciosas, como acordes arpegiados, irrumpen en nuestra existencia, pero son efímeras, dejándonos un buen sabor de boca.

Por supuesto, existe un tercer tiempo, acelerado como el que más. Ya son menos los años para el final y toca aprovecharlos: tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic... Que nos marquen el paso se nos hace insoportable. Nos convertimos en ancianos rebeldes sin pelos en la lengua, con la timidez y el rubor perdidos. Nos volvemos irascibles, descarados, orgullosos. Vivimos con el ansia de encontrar el Da Capo que nos retorne al segundo tiempo o, en el mejor de los casos, al primero, recordando nuestra infancia y juventud como aquellos tiempos pasados que siempre fueron mejores.

Pero no siempre la vida da oportunidades de repetir, y ese retorno a la juventud es imposible que llegue. La partitura, irremediablemente, llegará a su fin, con un tremendo silencio en el último compás, o como fuerte acorde que suena estremeciéndolo todo.

Así veo yo la vida, marcada por un tremendo metrónomo: tic-tac, tic-tac, tic-tac... que señala cada segundo de nuestra existencia, la velocidad con la que hay que interpretar todos y cada uno de los compases que conforman el pentagrama de la vida. Una vida cargada de emociones y que todos aspiramos a vivir, como mínimo, en Allegro Moderatto.

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