sábado, 7 de marzo de 2009

De cayucos y yates

Cae la tarde en Nuadibú. Desde el lado oeste de Cabo Blanco, las dunas son testigo de la fusión del sol con el mar... se derrite en el agua en cuestión de minutos. El cielo va mostrando una gran variedad de tonos irisados hasta encontrar el negro absoluto de una noche sin luna; fondo perfecto sobre el que titilan un sinfín de estrellas coquetas, destacando una por encima de todas: Venus.

Hará frío y la humedad se colará hasta los tuétanos de hombres y animales. No se oye nada en la playa, silencio absoluto. ¡Espera! algo se mueve. Se oye unos susurros... pero... ¿de dónde vienen?. De entre las dunas comienza un desfile interminable de siluetas oscuras que van hacia la orilla: altas, bajas, gruesas, delgadas... Surge una luz tenue en el mar y se escucha el ruido de un motor que se aproxima. Con cierta dificultad se distinguen los bultos, pero se pueden contar... setenta y cinco figuras humanas que se apresuran a subir a un cayuco... con sigilo parten hacia un horizonte de esperanza.

En el mar no hay horas, sólo sensaciones: frío, hambre, temblores...ninguno sabe la duración del viaje...silencio.

Empieza a clarear. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Nadie lo sabe, porque en el mar no hay horas, sólo sensaciones.

Una luz... todos la miran, pero esta vez no es Venus. Su tamaño aumenta y el ruido atronador que la acompaña también. Dos luces más se acercan por el mar. Alguien dice algo desde el helicóptero y el patrón asiente. Dos barcos de color rojo se aproximan hasta quedarse junto al cayuco. Una a una, las siluetas deben hacer el transbordo, mientras alguien se afana con un cabo... no puede soltarse la carga que llevarán a remolque.

En el mar no hay horas, pero el sol sí las tiene y asoma por el este. Con sonrisa burlona mira hacia abajo, como riéndose del mar que, horas antes, lo engulló sin piedad.

Frente a los barcos, la costa. Un sembrado de puntos blancos sobre fondo marrón. Se acercan a un muelle, y entre palabras extrañas y señales, les dicen que deben salir. Individuos de rojo con una cruz blanca en su espalda se acercan... tienden su mano enguantada para ayudarlos a saltar. Las siluetas ya no son negras... tienen sus caras surcadas de salitre, y en sus ojos, el miedo.

Ya en suelo duro, una chica rubia con coleta les da un bocadillo de jamón y queso con un Colacao de bote. Tras el primer bocado, uno mira alrededor: barcos de pesca, catamaranes, veleros,... yates de recreo con sus blancos mástiles apuntando al infinito. Le recuerda al clima de Mauritania, pero en el cielo ve algo que lo diferencia: una bandera roja y amarilla ondea sobre su cabeza y junto a ella, otra, blanca, azul y amarilla... banderas de la esperanza... de una esperanza truncada.

1 comentario:

  1. Desgraciadamente no se trata de un relato, sino de una triste realidad que hace nuestro día a día un poco más amargo. "Papeles mojados" le llamó Chambao en su canción; ojalá sólo fuera éso, y no vidas perdidas en el mar como tantas veces ocurre.

    Saludos.

    ResponderEliminar

¿Qué me cuentas?